Memorias de Isla de Toas, una joya de cemento escondida en el Lago de Maracaibo

Diego Aparicio
3 min readApr 25, 2016

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Papá Ramón montado en el ferry que navega desde El Moján hacia Isla de Toas, que se aprecia en el fondo. Desde el otro lado de la isla llegaron los conquistadores españoles a la Pequeña Venecia poco más de 500 años antes.

La primera vez que escuché el nombre del Cacique Nigale viajaba con mi abuelo por Isla de Toas, cargando con un sentimiento recóndito de que sería mi última ocasión para conocer, de su conciencia y boca, mi historia familiar. Papá Ramón gozaba de una memoria tan fresca y firme como su puño y letra que lo caracterizó desde niño y que de joven adulto le premió con un puesto como escribano de los jefes civiles isleños entre las épocas de Isaías Medina Angarita y Rómulo Gallegos. Todas las actas de nacimientos, defunciones, matrimonios y registros civiles que se documentaron durante ese periodo post-gomecista cargaban con su caligrafía eduardiana que mantuvo intacta, incluso ochenta años después cuando las cataratas nublaron su visión con la misma diligencia de un perro que devora su hueso.

Había aprendido a escribir en la escuela de labores del Padre Carrera, donde los niños isleños cursaban todos los grados dentro del mismo aula. Los de primer grado se sentaban en la primera fila, los del segundo en la segunda, los de tercero en la tercera y así — en ese orden — hasta la sexta fila.

La isla era un caserío rural y árido situado en la boca donde se mezclaban las aguas dulces del Lago de Maracaibo con el mar salado caribeño del Golfo de Venezuela. Contaba con una educación escolar precaria que terminaba con el sexto grado, suficiente para que los niños comenzaran a ganarse la vida trabajando en los hornos de cemento, como pescadores y algunos, como Papá Ramón, que lograban un puesto público.

Habían otros niños isleños que emigraban a Maracaibo o Caracas para continuar sus estudios escolares y que luego regresaban como docentes o practicantes de los oficios de moda; otros se convertían en comerciantes importando lo que podían desde el puerto de Maracaibo; entre la mayoría que terminaban estudiando medicina o ingeniería, pocos regresaban. También hubo aquellos que encontraban faenas temporales en una compañía de canalizaciones que dragaba el lago, que para esa época ya era en uno de los más surcados por navieras petroleras mundiales que lo atravesaban con la misma avaricia exterminadora de los conquistadores españoles que pelearon contra el Cacique Nigale y el pueblo añú.

– Si quereis conocer más de la historia de la isla, teneis que hablar con Amado Pereira, me respondió Papá Ramón con la misma voz patriarcal con la que me narraba sus anécdotas familiares, pero disminuida por una vergüenza inocente que acusaba conocer poco o nada de esta aldea caribeña que le vio nacer y que fue su hogar por casi medio siglo.

Esta historia está en desarrollo…

Papá Ramón posa frente a la casa de paloma donde nacieron tío Marcos y tío Bernardo. Aquí vivían ya con tío Rafo y probablemente con tío Nico. Esta casa está ubicada en el caserío de Semeruco.
En esta casa, ubicada en el caserío El Toro de Isla de Toas, Papá Ramón crió a sus nueve hijos. La construyó después de convertirse en un comerciante próspero en la isla. Cuando la mayoría de los isleños andaban a pie o en burro, Papá Ramón llegó a tener dos camionetas pick-up y un barco conocido en la época como vaporcito. El diseño de esta casa es de finales de los años 40.

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Written by Diego Aparicio

Journalist, educator and student media adviser.

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